Esta mañana he asistido al funeral de Félix Felipe. Lo
que siguen son mis impresiones / reacciones
en la ceremonia, realizadas desde el respeto y sin ánimo de crítica a
nadie; sólo como complemento a lo que he entendido que se manifestaba en la
celebración.
Una de las primeras cosas que me ha chocado es que allí
se estaba recordando una figura “institucional” de Félix; algo que creo que al
propio Félix no le hubiera gustado. Enseguida se me agolpaban reflexiones suyas
que avalaban esta impresión: Trataba de imaginar fragmentos o imágenes bíblicas
con las que poder reflejar a Félix. Centrándome en el Nuevo Testamento, la
imagen que emergía era la del “discípulo amado” (Jn 21). En este capítulo final
del Evangelio de Juan se apuntan las relaciones históricas e institucionales
entre la gran Iglesia o iglesia jerárquica (representada por Pedro) y ese
enigmático personaje del “discípulo amado”.
La función asignada por Jesús a Pedro la conocemos: “Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás
Cefas, que significa Pedro” (Jn 1, 42), es decir, Piedra-cimiento de la
iglesia (cf. Mt 16, 17-18). Menos clara queda la función del discípulo amado,
que no tiene más autoridad y tarea que amar y ser amado, dentro de una comunión
de "amigos" (Jn 15, 15) y que bien podemos identificar con un
personaje o una iglesia mística más basada en la libertad. Podríamos decir que se trata de dos modelos
que conviven, ni siempre de forma satisfactoria.
Otra cuestión
sería qué relación debería haber entre ambos personajes / modelos de iglesia. Básicamente podríamos decir que ha de
establecerse una relación de diálogo, en la que el discípulo amado ha de aceptar
la autoridad de Pedro, y, por su parte, la gran iglesia –Pedro, la jerarquía- deben
admitir al discípulo amado, a los místicos testigos de la libertad originaria
que produce y expresa el amor. Y esto sin olvidar algo que me parece
fundamental: quién es capaz de descubrir el rostro de Jesús no es Pedro con su
autoridad, sino el discípulo preferido de Jesús con su anonimato y libertad.
El discípulo amado y Pedro
(místico / jerarquía) funcionan bien cuando permanecen juntos.
Este Félix místico,
cercano al discípulo amado, es crítico con los estereotipos y “clases” que se
establecen en la iglesia. Para ejemplarizar lo que quiero decir nada mejor que
algunas palabras suyas cuyo sentido recuerdo: uno de los graves problemas a los
que se enfrenta la evangelización es ¿quién evangeliza a los curas y
obispos? Como místico, para Félix la respuesta
a esa cuestión es que debe darse en ellos una actitud pasiva: dejarse
evangelizar; dejarse ayudar, dejarse enseñar…. Lo importante es darnos cuenta
de que somos personas, con la misma dignidad, y eso es lo que puede hacer
posible la unidad en la diversidad.
Todos los cristianos somos iguales. Lo que confiere la
dignidad es el bautismo y la relación personal con Dios (discípulo amado) y no la
función o el cargo. Esta eclesiología,
que eclesial y socialmente es la más olvidada, subraya la fuente de la gran
dignidad: todos hijos, todos hermanos, y es la base de una gran noticia: todos
y todas somos hijos de Dios; desde el Papa hasta el último. El bautismo es el
sacramento básico. Además, desde la fidelidad a lo real (otro concepto clave en
Félix) el señalaría como hoy en día, todos los ropajes (de cura, de obispo, de
cardenal…) chocan con la mentalidad moderna, y entrañan un peligro, tanto en la
iglesia como fuera de ella, como es el establecimiento de diferencias por
funciones, con lo que las personas quedan definidas por su función, por lo que
hacen, y no por lo que son.
Mirando al Antiguo Testamento también hay figuras
significativas, en particular subrayaría la del Siervo de Yahvé de Isaías, pero
también otras dos la del vigía (qué queda de la noche…) y la del mensajero de
la paz (qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz).
El personaje y el tema del Siervo sufriente en Isaías
tienen numerosos puntos en los que Félix hacía incidencia. Nos recordaba como en
el primer poema de Isaías, Dios presenta al Siervo y señala su misión en medio
de las naciones (Is 42,1-5): ungido con el espíritu de Dios, la tarea del
Servidor es promover e implantar el derecho en la tierra, restablecer la
justicia plena de Dios, sin olvidar que porque que esa justicia sólo encuentra su
pleno sentido en el amor libre y fontal de Dios. Este tipo de reflexión le servían
a Félix para incidir en otros de sus temas favoritos. La profecía y el misticismo:
sin la profecía, el lenguaje de la contemplación corre peligro de no entrar en
la historia en la que Dios actúa y donde lo encontramos. Sin la dimensión
mística, el lenguaje profético puede estrechar sus miras y debilitar la
percepción de Aquel que todo lo hace nuevo (Ap 21, 5).
El lenguaje de la contemplación reconoce que todo viene
del amor gratuito del Padre y abre “nuevos horizontes a la esperanza”. El
lenguaje profético denuncia la situación -y sus causas estructurales- de
injusticia y despojo en que viven los pobres, porque busca descubrir “los
rasgos sufrientes de Cristo, el Señor” en los rostros marcados por el dolor de
un pueblo oprimido. Ambos lenguajes nacen en el pueblo pobre, como en Job,
desde el sufrimiento y la esperanza del inocente. Esa sigue siendo, en efecto,
la situación de la mayoría de la población: pobreza y sufrimiento injusto.
Reflexiones
que dan pie a otras no menos importantes en el pensamiento de Félix: la
experiencia de la cruz y la muerte, sin olvidar que a ellas le siguen la
alegría de la resurrección y la vida. En estos temas sus reflexiones hunden
raíces en el cuarto canto del siervo (Is 52, 13-15; 53, 1-12) que narra los sufrimientos
del siervo y su último sentido.
Respecto a los pies del mensajero, reproduzco las
palabras que me surgieron cuando tuve que comunicar a los asistentes a
distintos cursos del seminario de lectura de la realidad el fallecimiento de
Félix:
¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la
paz! ¡Qué hermosos son los pies que anuncian la paz, la esperanza, la libertad
a todos aquellos que jamás gozaron de ella! ¡Qué hermosas son esas vidas que
ofrecen una sonrisa y acogida a las personas, que por su estilo de vida, por
sus “fallos” no caben en los cauces comunes: los delincuentes, encarcelados,
transeúntes, inmigrantes, prostitutas, los hambrientos de pan y de justicia,
los niños y los ancianos rechazados y abandonados, porque se les considera
agresores a nuestro tren de vida consumista. A estos nadie les representa, ni
se hace oír su voz, ni siquiera en la Iglesia, aunque se diga que son los
preferidos…
Son hermosas palabras que me recuerdan al Félix que
tantas veces hemos definido como un hombre bueno, no en el sentido que nuestra
sociedad da hoy a estas palabras, sino en el que el daba por ejemplo cuando se
refería a Juan XXIII como el papa bueno: personas tocadas por la gracia y la sabiduría
de Dios, esa que se esconde a los que son tenidos por sabios y poderosos.
Pero, centrándome en el trabajo que hemos podido
compartir con él estos últimos 14 años en el seminario de lectura de la
realidad, hay otro texto que define perfectamente esa preocupación suya por educar
la mirada para poder ser vigías, y así
desenmascarar los rincones oscuros de la sociedad y de la Iglesia. Creo que
esta tarea educativa ocupaba buena parte de trabajo y sus reflexiones.
El texto es "Uno me grita de Seír: Vigía, ¿qué queda de
la noche? Vigía, ¿qué queda de la noche? Responde el vigía: Vendrá la
mañana y también la noche". (Is 21, 11-12)
Estas figuras en las que voy identificando a Félix
marcan de alguna manera los grandes trazos de su reflexión teológica. (Sin
olvidar su especialidad como moralista).
El primer punto de partida es su comprensión de la
persona y de la voluntad de Dios para ella: La gloria de Dios es que el hombre
viva; que el pobre viva; que los pueblos pobres vivan… Me parece que pocas
personas como Félix han sido capaces de mantener teórica y prácticamente con
coherencia la radicalidad de esta dignidad de la persona. Su vida y su
ministerio se orientaban a ese servicio a la vida, no de personas abstractas,
sino de las personas concretas en la vida cotidiana, un servicio que sólo se
puede vivir desde la libertad radical (libres para amar y servir) y desde la
pobreza y la debilidad
Este servicio a la vida, le llevo a profundizar en las
causas que producen muerte impidiendo la vida: los pobres, los ídolos y la
idolatría… así como en las claves para superar estas situaciones: modelo de
persona, modelo de cristiano, modelo de sociedad, modelo de Iglesia…
Recordar a Félix significa también ese aluvión de
ideas, frases… que el iba transmitiendo con esa sencillez y ese lenguaje que tan
poco habitual resulta en personas con su formación intelectual; me trae a la memoria también esa lucidez suya
para interpretar los asuntos y problemas mñas complejos de la realidad; ya
fueran económicos o de impuestos; del 15 M y los indignados; de la reforma del
estado… siempre tenía ideas que aportaban luz… Y siempre me digo que era una
persona que había asumido perfectamente las claves profundas del Concilio
Vaticano II: Jesús centro de la iglesia y de la vida cristiana; Evangelio leído
y vivido en vuelta al Evangelio el Pueblo de Dios como sujeto y protagonista de
la vida cristiana y plenamente inserto en la historia de liberación iniciada
por Dios en el éxodo; la lectura de los signos de los tiempos, o de la
presencia del Espíritu de Dios en nuestra historia…
Bueno, este es el Félix que yo recordaba en su funeral,
el que me llevaba a dar gracias a Dios por haberle conocido y haber podido
disfrutar de su sabiduría y descubierto su libertad frente a las instituciones
y las convicciones, a pesar de haber asumido responsabilidades; pero siempre
desde una autoridad entendida como servicio, y vivida desde la pobreza y la
debilidad.
Para acabar,
recordar unas palabras de Félix y pensadas para la celebración cristina de la muerte.
“Recordamos el verso del poeta: “¡Qué
solos se quedan los muertos!”. Este verso puede expresar no tanto un defecto
cuanto nuestras limitaciones: no podemos vivir centrados excesivamente en un
recuerdo por más que seamos fieles a la memoria de nuestros seres queridos, hay
que mirar hacia el futuro que Dios nos promete. Por eso, acabamos olvidando a
nuestros difuntos, al menos en el curso de la vida ordinaria. Ellos son los que
no se olvidan de nosotros, porque entran en la vida misma de Dios y en la
manera de conocer de Dios mismo, para quien todo está presente y lo está bajo
una luz nueva, incomprensible para nosotros…”
Por eso le pido a Félix que, desde su cercanía al
Padre, interceda por nosotros y nosotras para que podamos seguir mirando al
futuro que Dios nos promete.
Hasta mañana en el Altar
Francisco J. Pérez